Este verano ha sido mi noveno aniversario en estos bellos parajes. Cada día me siento más feliz de vivir en este lugar, pudiendo contemplar el verde vestido de sus montañas.
Ahora el otoño pinta de dorado los árboles y confiere al paisaje unos tonos ocres que me inspiran a la reflexión…
Pero también veo las calles de la urbanización, cada día más y más deterioradas, más y más dejadas, el tiempo se ha cebado en sus calles…Es curioso ver cuan cuidadosa es la naturaleza con sus paisajes, pasa de una estación a otra dando pinceladas de distintos colores a cada una: ocre en otoño, gris y blanco en invierno, multicolor en primavera y amarillo en verano…Sin embargo, el hombre abandona lo que un día construyó, se dedica a pelearse constantemente, a ver a quién le toca arreglarlo. Para evadir sus obligaciones hasta se inventa leyes, pierde horas y horas hablando y politizando.
Yo también caí en la trampa, pensé que recogiendo firmas conseguiría la ayuda del Consistorio, nada más alejado de la realidad. Eso sí, me sirvió para conocer mejor al alcalde “pagès” con boina Lacoste…al socialista o sociolisto o sociotonto, según se mire, comprender que no tenía pensado ayudarnos a los vecinos de Canyamars, que este pueblo sólo le importaba para aquello que le daba fama y votos, que todo se quedaba en verborrea.
Durante diez años de diálogo lo único que hemos conseguido es una desorbitada factura con lo que tiene que pagar cada vecino por arreglar las calles, esas, que una vez impecables, hemos de regalar al Consistorio. Todo tras dos fases de reparcelación, una buena y la otra todavía no se sabe. Eso sí, el IBI actualizado, los impuestos iguales o algo más caros…beneficios: NINGUNO.
Sumándolo todo llegas a la conclusión de que lo mejor que podríamos hacer es una gran pira y poner en ella al promotor y al alcalde, pero como eso ya no se lleva (aunque tengamos “Fira Medieval”), ni tampoco desempolvar la guillotina en la plaza de la iglesia (aunque tengamos las calles como en el siglo XVIII), lo mejor que podemos hacer es una pequeña revolución a la japonesa (sin los Samuráis, claro) y hacerlo nosotros mismos.
Hace unas semanas hubo una reunión de vecinos en la zona A de la urbanización para tratar sobre el tema de la reparación de la calles, Poner un fondo para el material y la gratuidad de las buenas manos de aquellos que voluntariamente quisieran colaborar en tapar pequeños y grandes agujeros.
Poco a poco se van parcheando trozos de calles.
Habrá quien piense que con ello se favorece al promotor o al ayuntamiento, pero cuando paso con mi coche y siento más suavidad bajo sus ruedas me doy cuenta de que los que verdaderamente nos beneficiamos somos los vecinos.
Ahora no hay dinero en las arcas del Estado, nadie nos va a dar nada para reparar las calles, seguirán así diez años más como mínimo, el dinero lo tienen en paraísos fiscales los del caso Malaya, Pretoria…y el “Señor” Millet…. Y algún sociolisto más…
Por tanto, reparar esos agujeros nosotros mismos es
lo más efectivo que se ha hecho hasta la fecha. Ojalá que cada vez seamos más manos puestas a la obra. Sólo con que estuviésemos los vecinos de la calle que se repara en ese momento sería suficiente. Poco a poco lo conseguiremos.
Y con esto, y sin hoguera ni guillotina, podremos hacer un gran “corte de manga” al miserable promotor y al alcalde “pagès” con boina Lacoste.
Y desde aquí doy las gracias a todos esos vecinos que invierten un día de su descanso semanal para doblar su espalda en ese duro y arduo trabajo con cemento y rastrillo.
Finalizando este escrito aprovecho para hacer un pequeño homenaje a un gran poeta en el centenario de su nacimiento:
Miguel Hernández, el poeta del pueblo. Os dejo con unos versos de su poema
“El niño yuntero” que creo nos van muy bien en estos días que vivimos.
(…)
¿De dónde saldrá el martilloverdugo de esta cadena?Que salga del corazónde los hombres jornaleros,que antes de ser hombres sony han sido niños yunteros.
Anna García